Por Gastón Gordillo, Antropólogo y profesor en la Universidad de British Columbia (Vancouver, Canadá). Trabaja desde hace más de tres décadas con comunidades originarias y campesinas del Chaco argentino.
En los últimos cuatro años el río Paraná ha experimentando una bajante extraordinaria debido a las recurrentes sequías que afectan el norte de Argentina, Paraguay y Brasil. Este año la bajante promete superar el récord histórico de 2020, cuando el Paraná alcanzó en Rosario una profundidad de sólo unos pocos centímetros. La falta de agua está generando serios trastornos logísticos en la hidrovía: la “autopista fluvial” por donde salen un 80% de las exportaciones argentinas y que moviliza puertos, fábricas y operaciones de dragado y señalización para que barcos provenientes del Atlántico alcancen Rosario para recoger harina, pellets de soja, aceite, granos y biodiesel. En estos días los barcos reciben menos carga para no quedar varados, lo que genera enormes pérdidas. Aún así, siete barcos quedaron recientemente encallados junto a sus muelles. Lo mismo les sucede a las barcazas que llevan soja a Rosario desde Paraguay, donde la bajante del río Paraguay es igualmente acentuada y ha dejado a muchas de ellas varadas. El varado de barcos por las bajantes viene sucediendo en el Paraná desde hace varios años y en 2019, por ejemplo, un barco encallado bloqueó la hidrovía durante varios días, paralizando a cien barcos. Lo que sucedió en el Canal de Suez en marzo -cuando el Evergreen quedó varado y paralizó los flujos de la globalización por el canal, atrayendo la atención mediática mundial- ha pasado ya varias veces en el Paraná, pero no por un accidente sino por las sequías que afectan a Sudamérica.
Estas sequías son uno de los efectos más dramáticos del calentamiento global y de la destrucción de los bosques del norte argentino, Paraguay y Brasil por la misma agroindustria que ha expandido enormemente la frontera agropecuaria gracias a la hidrovía. Numerosos estudios confirman que los bosques son claves para limitar la crisis climática y las sequías porque absorben no sólo enormes cantidades de dióxido de carbono, sino también grandes cantidades de agua, que al evapotranspirarse alimentan la continuidad de los ciclos de lluvias. Al desaparecer los bosques y su humedad, el aire circundante queda más seco, lo que es agravado por el calentamiento global.
La amenaza que las bajantes del Paraná le plantean a la hidrovía y la responsabilidad de la agroindustria en contribuir a ellas por la deforestación son temas tabú tanto para la agroindustria como para el Gobierno nacional, que se apresta a anunciar una mayor intervención del estado en la hidrovía. Este negacionismo surgió en una charla sobre la hidrovía que el 29 de abril dio por Zoom Luis Zubizarreta, Presidente de la Cámara de Puertos Privados Comerciales y alto directivo de la empresa Dreyfus (dueña del segundo puerto privado más grande de la Argentina, al sur de Rosario). Yo estaba entre los asistentes y le pregunté sobre el impacto de la sequía. Zubizarreta reconoció que estamos “en un ciclo de bajante”, pero dijo que “es un tema del que no se sabe demasiado” y que “hay otros ciclos de creciente, a mediano plazo”. Y concluyó que “seguramente” la bajante “se va a revertir en el tiempo y no tiene que ver con las obras y tiene que ver con el clima, seguramente volverá a crecer”. Esta referencia a “ciclos” de los que “no se sabe demasiado”, pero que “seguramente” pasarán replica la lógica del negacionismo climático. Zubizarreta intentó absolver a “las obras” de la hidrovía de la sequía, pero antes había dicho que en el norte argentino había “unos 18 millones de hectáreas disponibles” para expandir aún más la frontera agropecuaria, como si el Chaco argentino ya no hubiera sufrido tasas catastróficas de deforestación. Esas zonas que muchos empresarios ven como “disponibles” están habitadas por familias indígenas y campesinas y están cubiertas por los últimos bosques del Chaco, sin los cuales las actuales sequías serían mucho más devastadoras. De allí la paradoja que hoy enfrenta la hidrovía, controlada por una agroindustria, cuya voracidad y cortoplacismo amenazan a su propia viabilidad. Un mayor control estatal sobre la hidrovía, si bien sería bienvenido, no cambiará este camino auto-destructivo en tanto no se pongan fuertes límites a la deforestación y a las emisiones de carbono a nivel global. Y ello requiere empezar por reconocer, antes que negar, la vulnerabilidad de la hidrovía ante la realidad de crisis climática en la Cuenca del Plata.
Foto de capa: Fernando Calzada.