ARÍSTIDES ORTIZ, CECILIA ROJAS, NACHO CATALÁN Y DATA CRÍTICA – EL PAÍS
“Hace 25 o 30 años, esta zona era todo bosque…bosque impenetrable”, recuerda Gustavo Cano, intendente del municipio de Raúl Peña, cuyo casco urbano, de apenas 66 hectáreas de perímetro, parece una diminuta balsa flotando en un océano de cultivos de soja, trigo y maíz. En esa inmensidad de cultivos con diversas formas geométricas agonizan islitas de árboles y contadas comunidades rurales habitadas por unas pocas familias de agricultores: son algo más de 9.000 habitantes en un territorio de 22.500 hectáreas, de las cuales 13.000 son tierras de la agricultura a gran escala, según el censo de 2016. “Antes tenía muchos más habitantes”, dice Cano.
Este pequeño distrito del departamento de Alto Paraná, en Paraguay, es solo un ejemplo de cómo en los últimos 20 años las grandes topadoras —zancudos de hierro con palas de hasta siete metros de largo por tres de ancho— y las potentes motosierras arrancaron y cortaron árboles, plantas y arbustos en miles de municipios y alcaldías de este país, Brasil y Argentina asentados sobre las fértiles tierras de la cuenca del río Paraná. Las hectáreas de cultivo, de cría de ganado vacuno y divisas en esta zona se dispararon, al mismo tiempo que se precipitaba de forma alarmante la pérdida de biodiversidad, la población rural y el caudal de las aguas de los centenares de arroyos, lagos y ríos.
La acelerada expansión de la frontera agrícola y ganadera está siendo devastadora para los bosques, selvas y cerrados de la región hidrográfica del Paraná y su ecosistema, una gigantesca cuenca de 1.510 millones de hectáreas distribuidas en esos tres países sudamericanos y por la que fluye el segundo río más largo de la región. Entre 2001 y el 2021, esa zona perdió 15 millones de hectáreas de cobertura forestal, lo que representa prácticamente todo el territorio de Uruguay, y que equivale a 23,5 millones de campos de fútbol. Así lo revela un análisis de datos hecho con algoritmo de detección automatizada por la organización Data Critica para ubicar las zonas de pérdida de cobertura forestal en la cuenca.
La mancha de la frontera agropecuaria en la cuenca ha alcanzado niveles históricos. Comenzó a expandirse alrededor de 1960 y sigue creciendo sin parar. Hoy es un inmenso espacio de más de 47 millones de hectáreas de agricultura extensiva y al menos 90 millones de hectáreas de pastura de ganado vacuno que ocupan partes de 11 provincias argentinas, siete estados brasileños y ocho departamentos paraguayos. La mayor pérdida de cobertura forestal fue antes de 2001, pero después de ese año, la deforestación continuó imperturbable pese a los discursos y a las políticas globales para frenarla y para disminuir la emisión de gases de efecto invernadero que aumentan la temperatura del planeta.
La deforestación de bosques, cerrados y selvas ha sido impulsada por el hambre del mercado global por los alimentos que se producen en esta zona y facilitada por las débiles leyes ambientales de Argentina, Brasil y Paraguay. Además, puede implicar que, paradójicamente, las propias empresas que promueven la economía extractivista estén cavando su propia tumba en uno de los ecosistemas más ricos de América del Sur. Según expertos consultados, el agresivo desmonte de las últimas dos décadas revelado por esta investigación ha coadyuvado a la modificación del ciclo de lluvia y, con ello, ha agravado la reciente sequía en la región de la cuenca, que disminuyó el caudal del río Paraná y sus lagos, arroyos y ríos afluentes.
La migración brasileña a Paraguay
Jonas Piovesan es un poblador del casco urbano de Raúl Peña. De piel blanca, cabello rubio y ojos azules, habla un castellano salpicado de tonos y palabras portuguesas. Piovesan es un brasileño de origen europeo que, como miles de sus compatriotas, migró a inicios de 1970 a Paraguay atraído por las políticas del entonces dictador Alfredo Stroessner, con precios muy bajos para adquirir tierra y sin impuesto inmobiliario. “Mi papá fue uno de los pioneros que llegó al Alto Paraná para trabajar”, recuerda. Entonces, él tenía 3 años. Hoy tiene 51. Los migrantes brasileños llegaban a Paraguay para cultivar trigo y soja, principalmente. Detrás de los colonos –muchos de ellos organizados hoy en grandes cooperativas– llegaron los capitales brasileños de inversión. “Cuando yo llegué, todo esto era monte”, recuerda.
Antes de 2001, Raúl Peña tenía mucha más población. “Los habitantes de las colonias rurales del distrito vendieron sus tierras y se fueron hacia las ciudades más grandes del departamento”, cuenta el intendente Cano. Sin infraestructura ni apoyo del Estado y persuadidos por las altas ofertas de compra de los empresarios y colonos brasileños, vendieron sus parcelas y abandonaron sus cultivos familiares. Migraron a asentamientos pobres en la periferia de urbes como Ciudad del Este, Santa Rita o Presidente Franco.
En los últimos 20 años fueron desmontadas 693.000 hectáreas del rico bosque Atlántico de Alto Paraná, ubicado en la cuenca baja de Paraná, una superficie esparcida en los departamentos paraguayos fronterizos o cercanos a Brasil, entre los que también están Canindeyú, Caaguazú e Itapúa. Solamente 50.000 hectáreas fueron desmontadas a causa de los incendios forestales. Más de la mitad de los propietarios de tierras cultivables en Alto Paraná y Canindeyú son brasileños, mientras que en los otros departamentos oscilan entre el 15% y el 30%. Gran parte de estos cultivos se desarrollan sobre la superficie de la cuenca que se extiende en Paraguay, en unas 5,5 millones de hectáreas, el 3,5% del total de la hidrografía del Paraná.
La mayor deforestación, en Argentina
Argentina es un país productor y exportador de granos desde finales del siglo XIX. Desde entonces, ha ido creciendo sostenidamente su capacidad exportadora, principalmente de maíz, trigo, carne vacuna y soja. Los cultivos extensivos fueron ocupando territorio argentino hasta alcanzar a las 11 provincias asentadas sobre la superficie de la cuenca del río Paraná, mientras esta perdía cobertura forestal.
Cambio de uso de suelo en Brasil
Brasil es un histórico productor de caña de azúcar y ganado vacuno. Además, desde 1960 produce soja y, en menor medida, maíz. Los tres primeros productos fueron avanzando sobre la superficie de la cuenca. Aunque tiene el 59% de toda la superficie de la cuenca alta del Paraná (8,9 millones de hectáreas), registró menos deforestación que Argentina: más de 6,73 millones de hectáreas. De ellas, 196.000 hectáreas se debieron a incendios forestales. Como se observa en el mapa, los puntos más intensos de deforestación se ven en los estados de Paraná, Santa Catarina, Mato Grosso do Sur y São Paulo, en las zonas sur y centro del país.
El avance agropecuario en la cuenca
En la cuenca del Paraná está uno de los grandes espacios de producción de granos y carne vacuna del planeta, pero su explotación indiscriminada está teniendo un alto costo. Así concluyen diversos estudios e investigaciones académicos realizados hasta ahora en Argentina, Brasil y Paraguay que señalan a la agricultura y la cría de ganado como la principal causa de la pérdida de la cobertura forestal de la zona. Es una gran paradoja: la producción de materia prima que está generando grandes ganancias a algunos se hace a costa de destruir el suelo y los recursos naturales que permiten su producción e hipotecan su futuro.
Un estudio de este año del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea y el Sistema de Información sobre Sequía para el sur de Sudamérica es categórico: el cultivo extensivo de soja, trigo, maíz y la pastura del ganado vacuno son la causa de la deforestación de la Gran Cuenca del Plata y de su subcuenca, el Paraná. Y va más allá: la última sequía entre 2019 y 2021, que causó una histórica disminución del caudal del río Paraná y sus afluentes, fue agravada por el cambio de uso del suelo y su consecuente deforestación. Eso provocó que se modificara el ciclo de lluvia en la naciente del río, en la cuenca alta del Paraná, ubicada en Brasil.
En agosto de 2021, el nivel de las aguas del río Paraná bajó a 0,2 metros. Innumerables tramos, sobre todo en el sur, hacia Argentina, se secaron. El promedio del caudal se redujo a 6.600 metros cúbicos por segundo, lo que impidió que las grandes embarcaciones que transportan soja, trigo, maíz y carne vacuna navegaran hasta el Río de la Plata para luego, a través del Atlántico, llegar a los grandes mercados. El descenso del volumen de agua por la falta de lluvia impactó negativamente en el comercio y la economía de los tres países de la cuenca con la caída de ingresos de divisas, el aumento del costo del transporte marítimo y los precios de los alimentos en el mercado interno.
El surgimiento de la onda expansiva de la frontera agrícola y ganadera en la cuenca data de alrededor de 1960 en Brasil, unos años después en Argentina y a inicios de 1980 en Paraguay. Desde hace más de medio siglo no ha parado de expandirse, aprovechando el rico ecosistema y la comunicación fluvial del río Paraná, las políticas económicas de extracción y exportación de materia prima y la creciente demanda de granos y carne del mercado, principalmente de los de los países industrializados. Con esta demanda se incrementaban las exportaciones e ingresos de divisas. Pero, en los últimos 15 años, el costo ambiental de la producción ha ido pasando factura. Hoy, los beneficios de las exportaciones están opacados por los daños humanos y económicos de la sobreexplotación de la tierra.
Los datos estadísticos de los siete estados del centro y sur de Brasil que forman parte de la cuenca muestran una mancha de pastura de ganado vacuno de más de 24,3 millones de hectáreas. Además, la soja transgénica –modificada genéticamente– ocupa más de 12,5 millones de hectáreas, mientras que 8,3 millones más están ocupadas por plantaciones de caña de azúcar en un país que es el mayor productor y exportador de caña, azúcar refinada y etanol de caña.
Argentina también tiene una gran producción agrícola y ganadera en la cuenca: 10,3 millones de hectáreas de cereales (trigo y maíz), 11,9 millones de hectáreas de soja y más de 66,5 millones de hectáreas de pastura con 46,5 millones de cabezas de ganado vacuno. En el caso de Paraguay, los ocho departamentos asentados sobre la superficie de la cuenca tienen principalmente una alta producción agrícola: un mar de soja de 3,3 millones de hectáreas y 8.900 hectáreas de trigo y maíz.
Hace 20 años, las tierras en las que hoy se ven monocultivos eran bosques, cerrados y selvas que cumplían un servicio ambiental fundamental en el ecosistema de la cuenca: el almacenamiento de la humedad, la regularidad del ciclo de lluvia y el mantenimiento de los nutrientes en el suelo y el caudal permanente en los ríos, lagos y arroyos. Estos servicios mermaron significativamente.
Esta expansión de las fronteras agrícolas ha sido posible, en parte, por la elusión o transgresión de las frágiles leyes que los tres países dictaron para regular el cambio de uso de suelo y su impacto adverso en las poblaciones rurales. Mientras los grandes productores agroganaderos incurrían en delitos ambientales, los poderes judiciales y legislativos parecían mirar para otro lado, con el argumento de fondo de que las exportaciones de lo que producen generan altos ingresos de divisas a los tres países.
En el caso de Paraguay, las 693.000 hectáreas deforestadas sobre la cuenca son una flagrante violación de la Ley de Deforestación Cero, que prohíbe desde 2004 la tala de bosques bajo pena de multa y cárcel. Pero hasta hoy solo se han impuesto algunas multas a productores con montos insignificantes.
“Lo que se omite son las consecuencias humanas y ambientales de la actividad agroganadera”, explica el brasileño Armin Feiden, de la Universidad del Estado de Paraná. Este ingeniero agrónomo, docente e investigador dice que lo que más le preocupa es la falta del agua, un recurso estratégico para la economía, el comercio y el abastecimiento de las personas.
A los residentes de la zona también les preocupa los efectos de la agroexportación en la seguridad alimentaria. Para Tomás Zayas, coordinador de la Asociación de Agricultores de Alto Paraná, el modelo vigente da un golpe de muerte a la agricultura familiar porque ha provocado que miles de agricultores vendan sus parcelas, dejen de cultivar y migren a las ciudades. “La desaparición de la agricultura de consumo deja sin alimentos a los campesinos y al mercado local”, advierte.
Con la pérdida de la cobertura forestal, además, desaparece el hábitat de incontables insectos y aves polinizadoras, como abejas, murciélagos y colibríes nativos, advierte el biólogo argentino Enrique Derlindati, docente de la Universidad Nacional de Salta. La polinización es una tarea fundamental por la que los insectos ayudan a reproducirse a las plantas. La desaparición de estas especies implicaría, a su juicio, un “daño terrible” y la depredación de una biodiversidad irremplazable para el ecosistema de la cuenca.
La desaforada producción agropecuaria en la cuenca del Paraná en los últimos 60 años tiene una poderosa motivación: los altos precios de las materias primas en el mercado internacional. Con la guerra en Ucrania se han disparado los precios de los alimentos que se producen en la cuenca. En 2021, los tres países que comparten la cuenca generaron más de 53.000 millones de dólares de beneficios por la venta de sus productos agropecuarios. China, la Unión Europea, Israel, EE UU, India y Rusia, fueron destinos principales de las exportaciones, con la soja a la cabeza entre los productos.
Las estimaciones del Departamento de Agricultura de Estados Unidos en 2022 colocan a Brasil (primero), Paraguay (tercero) y Argentina (cuarto) en la lista de los cinco mayores exportadores de soja en el mundo. En cuanto a la carne vacuna, se estima que Brasil está en el primer lugar, Argentina en el sexto y Paraguay en el noveno del mundo. Pero las ganancias económicas de la exportación de las materias primas basadas en una economía de extracción pueden ser relativas, especialmente en el contexto actual de crisis climática.
Así lo explica el economista paraguayo Luis Rojas, docente e investigador de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional de Asunción, quien dice que vender materia prima sin industrializar genera muy escaso valor agregado como fuentes de trabajo, distribución horizontal de los ingresos y elaboración de productos manufacturados que luego se vuelven a vender. “Un modelo como el de la agroexportación que se desarrolla en la cuenca usa demasiada tierra y recursos naturales y las divisas que genera benefician a un pequeño sector de la población”, afirma.
Rojas advierte que, si el ritmo de la deforestación de las últimas dos décadas continuara otros 20 años más, “la producción agropecuaria podría llegar incluso a ponerse en riesgo, y con ello la economía de los tres países”, por la desaparición de las condiciones ambientales y climáticas que posibilitan el cultivo y el transporte de los productos.