El oro del Iberá

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Via Página12
Por Guido Piotrkowski

Sesenta especies de mamíferos y 40 de anfibios, 25 clases de mariposas y 1250 especies de peces, 350 variedades de aves y 60 de reptiles, además de 1400 plantas diferentes. Yacarés, carpinchos, ciervos de los pantanos, corzuelas, monos carayá, yararás, el exótico aguará guazú y el tapir. Garzas varias, cigüeña americana, chajá, jabirú. Cientos de pajaritos como el martín pescador, el ipacáa o el yetapá. 

La Reserva Provincial Esteros del Iberá –“aguas que brillan” en guaraní– abarca 1.300.000 hectáreas de tierras pasadas por agua, que constituyen el segundo humedal más grande de Latinoamérica, después del Pantanal de Brasil. El Iberá es, también, uno de los reservorios de agua dulce más grandes del planeta: por aquí abajo pasa el acuífero guaraní, que se extiende también por Brasil,  Paraguay y Uruguay.

El sitio más visitado y conocido es el pueblo Colonia Carlos Pellegrini, donde la fauna está al alcance de la mano. Pero en este viaje nos adentraremos un poco más allá, sobre los portales San Nicolás y Carambola, no tanto para avistar animales, sino para conocer el factor humano. Bienvenidos al Iberá profundo.

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José Aguirre se prepara para las cabalgatas por las inmediaciones de San Miguel. (Imagen: Guido Piotrkowski)

Con Aire de Campo

Juanita y José Aguirre son correntinos pero vivieron muchos años en Buenos Aires, hasta que se cansaron y decidieron regresar a sus pagos. Se instalaron en el pueblo de San Miguel, muy cerca del portal San Nicolás. “Siéntanse como en su casa, este es nuestro hogar y queremos compartirlo”, invita Juanita, hospitalaria,  al recibirnos en una mañana templada, mientras caminamos por un jardín repleto de frutales y al fondo una chacra donde cultivan maíz, mandioca, batata, girasoles. Más allá, sobre un árbol llamado Curupaú, hay un nido de jabirú, que voló poco antes de que lleguemos. “Yo nací en el campo, y me crié con la abuela en Curupaití, que en guaraní quiere decir ‘lugar de muchos curupaú’.  Cuando llegué acá recordé que mi mamá hizo traer aquel árbol desde Curupaití, y me dije: ‘Este es el lugar’. Siempre pensamos en volver a la tierra, tener una casita como esta y andar a caballo”, dice Juanita, que hoy ve su sueño cumplido en su hogar, con el emprendimiento Koe Mimbí, donde ofrecen a los visitantes desayunos y cabalgatas.

En la cocina José matea con Kiko Dalmacio, su socio de cabalgatas. Ambos visten a la usanza del gaucho correntino: bombacha de campo, boina, camisa, alpargatas y pañuelo celeste al cuello. Los pañuelos identifican tradicionalmente a esta provincia políticamente dividida entre Autonomistas –que usan el color rojo– y Liberales –celeste–. Los mismos colores que identifican a la Virgen de Itatí, santa patrona de estos pagos, y al Gauchito Gil.

“Tenemos mate cocido, café o té, ¿qué quieren?  –ofrece Juanita–. Acá horneamos los panes, las pepas, todo”, dice e invita a pasar al comedor donde el desayuno está servido. Sobre la mesa hay facturas, masas, tostadas, dulces caseros y una torta de naranja exquisita. Un banquete mañanero. “Es todo casero, nada tiene conservantes, lo hacemos con mucho amor. No quiero nada masivo, no voy detrás del dinero. Lo más lindo es dejar cositas, aprender de todo. Es muy sencilla la vida, no necesitamos muchas cosas.”

San Nicolás

Matías Rebak es un joven abogado y fotógrafo de 33 años nacido en la ciudad de Corrientes que dejó las leyes para trabajar en pos de la conservación. Es admirador incondicional del magnate estadounidense Douglas Tompkins, el creador de CLT (Conservation Land Trust Fund), una ONG que desembarcó por estos lares a fines de los 90 y fue adquiriendo tierras en Iberá para el desarrollo sustentable de la región y la reintroducción de fauna nativa extinta. La fundación ya donó a Parques Nacionales una parte de sus tierras en el Portal Cambyretá, en el norte del Iberá, y ya están proyectadas la entrega de los otros núcleos, uno por año: este 2017 sigue San Nicolás, en 2018 será el turno del núcleo Socorro y más adelante el portal Carambola.

Matías nos acompaña y guía por San Nicolás, donde trabajó hasta el año pasado como “anfitrión” del sitio para el proyecto interdisciplinario Comité Iberá, recibiendo turistas y explicando los nuevos proyectos a la comunidad de San Miguel, el pueblo cabecera del portal.

Es mediodía y hace un calor infernal. Mientras almorzamos en el camping de San Nicolás, se acerca Sebastián Gonella, presidente  de la asociación de guías Yaguareté Roga. Gonella nació en San Miguel hace 37 años, y dice que jamás venía por aquí de niño. “Yo supe de los Esteros del Iberá a los 14 años –dice, como quien habla de algo lejano, que sin embargo está a 27 kilómetros de su casa. Sabía que había una fauna increíble, que había lagunas… pero solo vine un par de veces por trabajo, a traer ovejas. Acá no se podía entrar, eran tierras privadas”.

Hace cuatro años  Sebastián comenzó a trasladar pobladores y turistas desde San Miguel al portal. Ahora también timonea las típicas canoas a botador de tacuara en los que lleva de paseo a los viajeros, el medio de transporte tradicional de los lugareños, que está entrando en desuso. “A nuestra región le está cambiando el sentido de la vida. Pasás de ser un pueblo que vive netamente del Estado a tener un parque nacional en la puerta de tu casa”.

(Imagen: Guido Piotrkowski)
Un yacaré se desplaza con sigilo por un arroyo en el camino entre San Nicolás y San Miguel. (Imagen: Guido Piotrkowski)

Concepción

Es una ciudad-pueblo de 4000 habitantes, de esas en que ni los perros vagabundos andan a la hora de la siesta. Concepción es profundamente devota: muchas de las casas tienen capillas dedicadas a los numerosos santos populares y vírgenes de la región. Situada a 90 kilómetros de San Miguel, y a 180 de la ciudad de Corrientes, es la cabecera del portal Carambola.

“Concepción tiene un potencial y un recurso  turístico increíble, tanto natural como histórico”, afirma convincente Javier Kuttel, presidente de la Fundación Yetapá, quien dejó su trabajo de veterinario en una empresa de Brasil y hace cuatro años apostó todo acá, donde construyó Nido de Pájaros, la primera posada del pueblo. “El Iberá ocupa el 14 por ciento del territorio de Corrientes. Es un ecosistema fantástico, muy particular.  Sin afluentes de río, alimentado por lluvias y con más de 60 lagunas. La contaminación depende exclusivamente del hombre; no hay un río al que se le pueda echar la culpa”.

Kuttel afirma que por aquí que nadie sabía lo que era el turismo. “Para la mayoría, ver un yacaré no tiene valor, no entienden que hay gente que atraviesa el mundo para sacarles una foto”. Desde la fundación desean que los pobladores sean protagonistas del plan turístico. De hecho, los visitantes ya pueden hospedarse en casas de familia.

Cinchada a Caballo

José Sosa tiene 21 años, es guía y un apasionado por la fotografía de naturaleza. Es amable y respetuoso, conoce el terreno, y trabaja con el turismo desde los 16 años. José es el ejemplo de lo que pretenden desde la fundación Yetapá. “Hasta hace unos años, nunca habíamos visto un extranjero en el pueblo”, confiesa quien será nuestro guía durante la excursión más buscada por aquí: navegar por los esteros en una canoa cinchada a caballo, el medio de transporte que usan los isleños para trasladarse en las islas.

Partimos desde Puerto Felipe, un paraje a una hora de Concepción. Allí, en ese páramo verde donde el sol no da tregua, a la vera del arroyo Carambolita, en una casa de barro y techo de paja, vive en soledad Don Severo, un lugareño de unos 70 años y tez curtida, que usa boina, bombachas, que anda descalzo y no habla español.

La canoa se desplaza lentamente por el arroyo, entre nenúfares y pajonales que pugnan por ganarle terreno a estas aguas. Nos acompaña Chopé, guía baqueano, sombrero de ala ancha, pantalón y camisa pampero color caqui. Se ven unas pocas garzas, algún martín pescador, muchos carpinchos y a lo lejos un ciervo de los pantanos. Días atrás, en Pellegrini, habíamos visto cientos de animales. No es que acá haya menos, sino que parecen permanecer alejados. De todas maneras, la experiencia pasa aquí por el factor humano. Se trata de intercambiar con lugareños que hasta hace poco no conocían gente fuera de los esteros, que hablan puro guaraní, que no habían visto una cámara fotográfica en su vida. Gente arraigada a una cultura de campo que vive en las mismas condiciones que hace 200 años.

Hasta hace tres décadas, unas 50 familias vivían esteros adentro, en las islas. Pero hoy solo quedan cinco grupos familiares que se dedican a la actividad ganadera y también al turismo. Mingo, un gaucho a quien encontramos a medio camino con su caballo y sus tres hijos, Nico, Guadalupe, y Milagros, es uno de ellos. Lleva un sombrero de ala ancha, y sobre sus pies descalzos usa unas espuelas para atizar los caballos. Habla poco y nada de español, igual que Nico, su hijo de ocho años, que también lleva un sombrero de ala ancha, el pelo largo, atado en una cola de caballo.

Nos detenemos a medio camino para  cinchar los caballos a la canoa. Una vez enganchados, seguimos rumbo a una de las islas, donde CLT construyó un refugio a la usanza con chozas en las que se puede pernoctar. Si Nico se presentó como un niño tímido, una vez en la isla se desinhibe. Se deja fotografiar, mira las fotos en el visor y pide prestadas las cámaras, saca fotos en ráfagas; sus ojos chispean. Hasta hace un año, Nico se ocultaba cuando los forasteros se acercaban a su casa y no salía de la isla. Hoy, Nico quiere capitanear la canoa, quiere hacer fotos, quiere aprender español. “Ese chico es oro en polvo” dice Matías, ilusionado.

Oro del Iberá, como Juanita y José, Mingo, o el guía José Sosa. Como los pobladores de los esteros que fueron cautivados por el espíritu conservacionista y emprendedor de gente como Tompkins y Kuttel, que pusieron sus recursos al servicio de estas aguas que brillan tanto como su gente.

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